jueves, 3 de noviembre de 2011

La leyenda mapuche de Licarayén

Esta leyenda cuenta la historia de la joven doncella Licarayén, y la formación de los lagos de Llanquihue, Todos los Santos y Chapó.

Licarayén era la hija menor del cacique de una de las tribus que vivían alrededor de los volcanes Osorno y Calbuco, en el sur de Chile. Ella estaba enamorada de un joven y valiente toqui (líder guerrero) llamado Quitralpique, quien se enamoró de ella a primera vista y, dada la intensidad con que se amaban y la felicidad que se prodigaban, estaba previsto que se casaran a la siguiente primavera.
Un Pillán es un espíritu en general benigno, aunque puede castigar o permitir el castigo por parte de los wekufe.

El Pillán que interviene en este relato en particular reside en el interior de los volcanes y demuestra su poder vomitando humo y azufre. Como no soportaba la felicidad de estos jóvenes, se dispuso a castigar a los mapuche arrojando verdaderas lenguas de fuego infernal y humo desde el volcán Osorno. Tanto, que durante las noches el espectáculo era pavoroso.

Preocupados, los mapuche se reunieron en asamblea para tratar el asunto y resolver de qué modo podrían aplacar la furia del Pillán. Estando en eso, apareció misteriosamente entre ellos un viejo. Nadie supo quién era ni de dónde venía, pero él pidió permiso para hablar y les dijo: "Para llegar al cráter es necesario que sacrifiquéis a la virgen más hermosa de la tribu. Debéis arrancar el corazón y colocarlo en la punta del Pichi Juan, tapado con una rama de canelo. Veréis entonces que vendrá un pájaro desde el cielo, se comerá el corazón y después llevará la rama de canelo y elevando el vuelo la dejará caer en el cráter del Osorno”. Luego, tan sigiliosa y misteriosamente como había venido, se esfumó.

El cacique comenzó a averiguar cuál de las doncellas era considerada la más virtuosa, hallando dolorosamente que se trataba de Licarayén, su hija menor. Entonces, con lágrimas en los ojos le dijo a su hija que había sido elegida para salvar a su pueblo de la furia del Pillán.

Ella aceptó el sacrificio con la única condición de que Quitralpique fuera quien tomara su corazón, ya que él era su único dueño.

Entonces le tocó a Quitralpique preparar el lecho de flores donde ella se recostaría para ser sacrificada y, cuando ella finalmente murió, abrir el pecho de su amada para extraer el corazón, y lo entregó al padre de ella, para proceder como el viejo les había indicado.
El más fornido de los mancebos fue encargado de llevar el corazón y la rama de canelo a la cima del cerro. Toda la tribu quedó en el valle esperando la realización del milagro. Y he aquí, que apenas el mancebo había colocado el corazón y la rama de canelo en la roca más alta del Pichi Juan, apareció en el cielo un enorme cóndor que, bajando en raudo vuelo, de un bocado se engulló el corazón y agarrando la rama de canelo emprendió el vuelo hacia el cráter del Osorno, que en esos momentos arrojaba enormes lenguas de fuego. Dio el cóndor, en vuelo espiral, tres vueltas por la cumbre del volcán y, después de una súbita bajada, dejó caer dentro del cráter la rama sagrada.
En ese mismo instante comenzó a caer sobre la tierra, blanquísima nieve que fue cubriendo el cráter, parecía que el alma pura de la virgen volvía hacia la tierra en busca de su amado y en ese mismo momento el toqui se arrojó sobre la punta de su lanza, atravesando su pecho, se partió el corazón para unirse a Licarayén.
Y llovió nieve; días, semanas, años enteros. Fue una verdadera lucha entre el fuego que subía del infierno y la nieve que caía del cielo. Al derretirse, la nieve corría formando impetuosos torrentes por las faldas del Osorno y del Calbuco y corriendo se despeñaba en los inmensos barrancos que servían de defensa a la morada del Pillán, hasta que llenando las hondonadas profundas, las aguas quedaron al nivel de las tierras cultivadas,formándose los lagos de Llanquihue, Todos los Santos y Chapó.
Cuando los mapuches volvieron al lugar en que se había consumado el sublime sacrificio de la púdica virgen y del toqui, vieron con asombro que las flores que habían servido de lecho mortal a Licarayén, habían echado raíces y que sus ramas, entrelazándose, formaban el más hermoso palacio que jamás mente humana pudo imaginar.

Fuente: elestudiantedehistoria.blogspost.com

EL CUERO DEL AGUA.

El joven Oekel había visto en el lago a una mujer extraña. Caminando sin prisa deteniéndose a juntar las flores altas de los juncos. Fue verla de lejos nada más, y sentir mil abejas y mariposas galopando por su panza; como si una flecha de piedra roja le estuviese abriendo dulcemente la piel.

Su padre, el cacique, machas veces le había hablado del cuero del agua, y de lo peligroso que podía ser acercarse a la orilla del lago.

-El lago no está limpio –le decía, y una sombrea pasaba por sus ojos del color de la tierra.

Pero a Oekel nada le importaba.

Tenia que encontrar a la mujer para apagar esa inquietud, ese desasosiego que crecía al amparo de la ausencia y del tiempo.

Montó su caballo y, aferrado a las crines, atravesó la tarde sin detenerse en el desfile de las nubes, ni en la nieve que se derretía en las cumbres, ni en los esqueletos de las matas que el viento hacía rodar por el camino.

El valiente Oekel sólo repite en su memoria los gestos de la mujer que lo ha vuelto otro: débil, vulnerable.

Cruza el maitenal y deja atrás los montes de calafate.

Por fin divisa el lago y alarga la mirada. No hay flamencos que enciendan el paisaje.

El vuelo de un aguilucho apenas mueve la quietud de la siesta.

La arena seca azota las patas del caballo. Algo turba al animal, que se empaca.

-Es el viento –le dice Oekel acariciando su cabeza, y lo empuja a seguir adelante.

Entonces alcanza a ver un reflejo plateado en el agua. Quizá la mujer ha perdido un aro; él lo recogerá, la buscará en todas las tribus vecinas para dárselo, le hablará del amor que siente por ella, de este amor que le ha vuelto iguales los días y las noches.

El lago se crispa. Corre frío y seco aire.

En la orilla, el caballo pisa una alfombra de pelos y sal, una dureza.
Su relincho lastima la tarde.

Oekel alcanza a sentir la fuerza poderosa de lo extraño, un peligro indefinido, oculto en la niebla de los tiempos.
Es apena un instante.

Como un remolino tenebroso, el cuero del agua se levanta y se envuelve sobre sí mismo atrapando al caballo y al jinete. Luego se arroja al fondo del lago con la maligna rapidez del rayo.

Al atardecer, sólo se escuchan los gritos desolados de su padre llamándolo:
-¡Oekel! ¡Oekel!...

El eco del nombre se estrella contra un silencio pegajoso.

Sobre la tribu tehuelche la noche cae, sin luna posible.

Fuente: Cuentan en la Patagonia. Nelvy Bustamante.

LA MADRE DE LOS RÍOS Y LOS ARROYOS.

Este relato fue recogido en los altos de las Cumbres del Toconqui, de labios de don Hilarión Fuentes, un anciano guanaquero que vivía en el caserío de Chachas, a orillas del salar de Arizaro, casi en la frontera entre el norte de Salta y la república de Chile.

Según cuenta la leyenda, en la cima del cerro Aracar, a más de 6.000 metros de altura, vivía una hermosa mujer blanca, alta y esbelta como una diosa, y cuya larga melena dorada caía hasta más debajo de si cintura, mientras se mecía dulcemente, agitada por los fríos vientos cordilleranos.

No eran pocos los arrieros y los cazadores de vicuñas y guanacos que la habían vislumbrado en lo más ignoto de las quebradas o en los más inaccesible de los picos, pero nunca se supo de alguien que se jactara de haber tenido tratos con ella, o de haber podido acercársele demasiado.

-Sin embargo, todos los que supimos verla –comentó don Hilarión al corro que se había reunido junto al mostrador del almacén para escuchar una vez más su relación- sabemos que era una mujer hermosa, vestida con una túnica blanca, y su cuerpo era transparente, como si hubiera estado hecha de puras nubes.

La mujer andaba siempre acompañada de una pequeña corzuela blanca como la nieve, que la seguía con devoción cuando recorrían los cerros, y a veces la seguía cuando bajaba a las quebradas o se acercaba al río para lavar su rubia cabellera.

-Pero un día de tristeza para el pueblo, porque laseca había acabado con toda el agua de la quebrada –reinició el narrador su historia, luego de una obligada pausa para aceptar un convite-, la mujer, apenada por los lamentos de la gente del pueblo que ascendían desde la quebrada, dejó la corzuela cerca de su choza y echó a andar por las nubes para bajar al valle a ver lo que sucedía.

“Pero el Zupay1 no es bicho de quedarse tranquilo cuando puede hacer maldades –sentenció don Hilarión, meneando tristemente la cabeza-. Y así hizo que un cazador que perseguía vicuñas y guanacos por las laderas del Aracar viera la corzuela, que triscaba cerca de la choza. Gateando entre las peñas, el hombre se arrimó lo más que pudo y, cuando la tuvo a tiro, disparó su fusil, que retumbó con esos malignos entre los cañadones y los laberintos de la cumbre.

El desdichado animal, herido de muerte, corrió ciegamente hacía el borde del risco y se arrojó al vacío, donde murió entre las rocas del fondo. Un silencio de muerte pareció descender desde el cielo atardecido, y cuando la mujer hecha de nubes llegó a su hogar y no vio a su compañera, inmediatamente supo que algo terrible había sucedido; salió a buscarla y, al divisarla en el fondo del cañadón, la tomó en sus brazos y la llevó cuidadosamente hasta la cima más alta del Aracar. Y sólo al llegar allí permitió que las lágrimas fluyeran de sus ojos, y lloró; lloró sin cesar hasta que sus ojos se convirtieron en dos fuentes inagotables, y sus cabellos en otros tantos cauces de ríos y arroyos que no sólo lavaron la sangre, sino que permitieron a la gente del pueblo saciar la sed provocada por la sequía.

Y así fue como nacieron los manantiales, los arroyos y los ríos”.

Región Noroeste o Puna de Atacama.
1.Zupay: Vocablo quechua que identifica al diablo. Si bien la mayoría de las leyendas sobre el Zupay se han originado en la Región Chaco-Santiagueña, su nombre ha sido adoptado también en gran parte de la Puna.  
Fuente: Cuentos y leyendas argentinos. Selección y prólogo de Roberto Rosaspini Reynolds.

ZAPAM-ZUCÚN (“LA TETONA”)

Si bien las menciones a este ser legendario no son demasiado frecuentes en nuestro país (quizás por tratarse de un personaje de origen aymara, una etnia minoritaria en nuestro norte), es citado con bastante asiduidad en los trabajos de algunos autores sudamericanos, como Julián C. Freyre Vallejos y Mario Pereyra Vilas, aunque no siempre especifican las fuentes puntuales en que recogieron sus datos.

Por otra parte, y curiosamente, las menciones de autores argentinos se refieren a apariciones localizadas en regiones más cercanas a La Rioja y Catamarca que la zona puneña limítrofe entre Jujuy y Bolivia, lugar principal de asentamiento de las comunidades aymaras en nuestro país.

Según la leyenda, se trata de una mujer de tez aceitunada, joven y en la plenitud de su feminidad, de ojos renegridos y largos cabellos lacios del mismo color, que se caen por debajo de la cintura. Aparece siempre desnuda, y sus características físicas más destacables son sus manos, blancas como la nieve, y sus pechos péyico del que proviene su nombre indio.

En la mayoría de las versiones se comporta como una aparición benévola, ya que suele acariciar y jugar con las niñas pequeñas que sus madres dejan a la sombra de los algarrobos cuando salen a recoger higos de tuna, e incluso suele darles de mamar cuando tienen hambre. Sin embargo, si el hombre de la familia ha matado alguna vicuña sin necesidad, o hachado algún árbol, le robará al hijo y ya no tendrá manera de recuperarlo. También se ocupa de mantener encendido los fuegos que los pastores dejan prendidos en sus campamentos, para encontrarlos cuando regresan con sus majadas.

Sin embargo, no todos los casos la aparición de la Zapam-zacún resulta tan beneficiosa, ya que Berta Vidal de Batín menciona un testimoniorecogido en 1950 de un informante de la región de Vichigasta, en las cercanías de las Sierras de Sañogasta, según el cual:

“…la capasucana (o capansucana, otro nombre del personaje, o una variante regional) es una mujer gigantesca y horriblemente fea, de pechos enormes y colgantes, que sorprenden a los recolectores de patay durante los descansos que hacen bajo los árboles, anunciando su presencia con gritos que responden a la onomatopeya de su nombre local, y atrapando entre sus senos –donde aparentemente caben varios- a todos los que no son suficientemente rápidos para escapar, se los lleva con rumbo desconocido, sin que nadie más los vuelva a ver…”


Región Noroeste o Puna de Atacama.
Fuente: Cuentos y leyendas argentinos. Selección y prólogo de Roberto Rosaspini Reynolds.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El hada de las aguas - hermanos Grimm

Un pequeño hermano y su hermana jugaban una vez cerca de un pozo, y mientras jugaban, ambos cayeron al pozo. Una hada de las aguas vivía dentro del pozo, quién al verlos dijo,
-"¡Ahora que les tengo, van a trabajar mucho para mí!"- y se los llevó.
Ella dio a la muchacha lino enredado y sucio para hilar, y también tenía que traer el agua en un cubo que tenía un agujero, y el muchacho tenía que talar y derribar un árbol con un hacha sin filo, y ellos no conseguían nada para comer excepto bolas de masa hervida para servir con guiso y todo tan duro como piedras.
Entonces por fin los niños se pusieron tan impacientes, que esperaron hasta un domingo, cuando el hada salió de la casa, y se escaparon. Pero cuando ella regresaba, vio que las aves revoloteaban, y los seguían con gran ruido. Los niños la vieron desde lejos, y la muchacha lanzó un cepillo hacia atrás que formó una colina inmensa de cerdas, con miles y miles de picos, sobre los cuales se vio obligada el hada a trepar con gran dificultad; pero por fin, sin embargo, logró pasarlos.
Cuando los niños vieron eso, el muchacho lanzó detrás de él un peine que formó una gran colina de peines con mil veces mil dientes, pero el hada seguía en su empeño de perseguirlos, y por fin atravesó los dientes. Entonces la muchacha lanzó detrás de ella un espejo que formó una colina de espejos, y era tan deslizadizo que fue imposible para el hada cruzarla. Entonces el hada pensó,
-"Me iré a casa rápidamente y traeré mi hacha, y cortaré la colina de cristal por  la mitad."-
Mucho antes de que ella volviera y hubiera partido la colina de  cristal, los niños ya se habían escapado a una gran distancia, y el hada se vio obligada a regresar de nuevo a su pozo sin ellos.

LA LUNA - de los hermanos Grimm

Hace mucho tiempo, había una tierra donde las noches eran siempre oscuras, y la extensión del cielo sobre ella era como una tela negra, allí la luna nunca salió, y ninguna estrella brillaba en la oscuridad. En la creación del mundo, la luz por la noche no fue tomada en cuenta.  
Tres jóvenes compañeros salieron una vez de este país en una expedición de aventura, y llegaron a otro reino, donde a la tarde,  cuando el sol había desaparecido detrás de las montañas, un globo iluminado se veía colocado en un roble, el cual emitía una luz suave, lejana y amplia.
Por medio de este globo, todo podría ser muy bien visto y reconocido, aunque su luz no fuera tan brillante como la del sol. Los viajeros pararon y preguntaron a un campesino que conducía por delante su carro, que tipo de luz era esa. 
-"Es la luna,"- contestó él; -"nuestro alcalde la compró con tres monedas de oro, y la sujetó al roble. Él tiene que verterle aceite diariamente, y mantenerla limpia, de modo que siempre pueda brillar claramente. Él recibe de nosotros una moneda por semana por hacerlo."-
Cuando el campesino se había ido, uno de ellos dijo, 
-"Nosotros podríamos hacer muy buen uso de esta lámpara. Tenemos un roble en casa, que es tan grande como este, y podríamos colgarla en él. ¡Qué placer sería no sentir por la noche la total oscuridad!"-
 -"Te diré lo que haremos,"- dijo el segundo; -"traeremos un carro y caballos y nos llevaremos la luna. La gente de aquí puede comprarse otra."-
- "Yo soy un buen trepador,"- dijo el tercero, -"la bajaré."-
El cuarto trajo un carro y caballos, y el tercero subió al árbol, hizo  un agujero en la luna, pasó una cuerda por ella, y la bajó.
 
Cuando el globo brillante estuvo en el carro, la cubrieron con una tela, de modo que nadie pudiera observar el robo. Ellos regresaron sin peligro a su propio país, y la colocaron en un roble alto. Viejos y jóvenes se alegraron cuando la nueva lámpara emitió  su ligero brillo sobre todo el territorio, y dormitorios y salones se llenaron de su brillo. Los enanos salieron de sus cuevas en las rocas, y los diminutos duendes con sus pequeños abrigos rojos bailaban en rondas en los prados.
Los cuatro tuvieron cuidado de que la luna fuera proveída de aceite, y la limpiaban adecuadamente, y recibían su moneda semanal. Pero ellos se hicieron ancianos, y cuando uno de ellos se puso enfermo, y vio que estaba a punto de morir, designó que un cuarto de la luna, como parte su propiedad, debiera ser puesto en la tumba con él. Cuando él murió, el alcalde subió al árbol, y le cortó un cuarto con la cizalla para setos, y este fue colocado en su ataúd.
 La luz de la luna disminuyó, pero todavía era visible. Cuando el segundo murió, el segundo cuarto fue sepultado con él, y la luz disminuyó más. Se puso más débil todavía después de la muerte del tercero, quién igualmente se llevó su parte de ella con él; y cuando el cuarto llegó a su tumba, el viejo estado de oscuridad se reanudó, y siempre que la gente salía por la noche sin sus linternas, se  golpeaban sus cabezas unos con otros.
Sin embargo, como los pedazos de la luna se habían unido juntos otra vez en el mundo inferior, donde la oscuridad siempre prevalecía, vino a hacer que los muertos se agitaran y despertaran  de su sueño. Y se sorprendieron cuando se sintieron capaces de ver otra vez. La luz de la luna era completamente suficiente para ellos, ya que sus ojos se habían hecho tan débiles que no podrían haber aguantado la brillantez del sol. Ellos se levantaron y se pusieron contentos, y regresaron a sus antiguos modos de vivir. Algunos iban a los juegos y a bailar, otros se fueron a los comercios, donde  pidieron vino, se emborracharon, se pelearon, y por fin tomaron porras y se apalearon unos a otros. El ruido se hizo mayor y mayor, hasta que por fin llegó al cielo.
San Pedro, que guarda la puerta de cielo, pensó que el mundo inferior había estallado en rebelión y reunió a las tropas divinas, que deben hacer retroceder a Satanás cuando él y sus socios asaltan el domicilio del cielo. Como éstos no llegaron, subió a su caballo y saliendo por la puerta de cielo, descendió al mundo de abajo. Allí él redujo a los muertos al sometimiento, les pidió que se acostaran en sus tumbas otra vez, y se llevó la luna con él y la colgó en el cielo, donde quedó desde entonces.

Las tres hilanderas – hermanos grimm



Érase una niña muy holgazana que no quería hilar. Ya podía desgañitarse su madre, no había modo de obligarla. Hasta que la buena mujer perdió la paciencia de tal forma, que la emprendió a bofetadas, y la chica se puso a llorar a voz en grito. Acertaba a pasar en aquel momento la Reina, y, al oír los lamentos, hizo parar la carroza, entró en la casa y preguntó a la madre por qué pegaba a su hija de aquella manera, pues sus gritos se oían desde la calle. Avergonzada la mujer de tener que pregonar la holgazanería de su hija, respondió a la Reina:
- No puedo sacarla de la rueca; todo el tiempo se estaría hilando; pero soy pobre y no puedo comprar tanto lino.
Dijo entonces la Reina:
- No hay nada que me guste tanto como oír hilar; me encanta el zumbar de los tornos. Dejad venir a vuestra hija a palacio conmigo. Tengo lino en abundancia y podrá hilar cuanto guste.
La madre asintió a ello muy contenta, y la Reina se llevó a la muchacha. Llegadas a palacio, condújola a tres aposentos del piso alto, que estaban llenos hasta el techo de magnífico lino.
- Vas a hilarme este lino -le dijo-, y cuando hayas terminado te daré por esposo a mi hijo mayor. Nada me importa que seas pobre; una joven hacendosa lleva consigo su propia dote.
La muchacha sintió en su interior una gran congoja, pues aquel lino no había quien lo hilara, aunque viviera trescientos años y no hiciera otra cosa desde la mañana a la noche.

 Así, el día de la fiesta se presentaron las tres mujeres, magníficamente ataviadas, y la novia salió a recibirlas diciéndoles:
- ¡Bienvenidas, queridas primas!
- ¡Uf! -exclamó el novio-. ¡Cuidado que son feas tus parientas!
Y, dirigiéndose a la del enorme pie plano, le preguntó:
- ¿Cómo tenéis este pie tan grande?
- De hacer girar el torno -dijo ella-, de hacer girar el torno.
Pasó entonces el príncipe a la segunda:
- ¿Y por qué os cuelga tanto este labio?
- De tanto lamer la hebra -contestó la mujer-, de tanto lamer la hebra.
Y a la tercera
- ¿Y cómo tenéis este pulgar tan achatado?
- De tanto torcer el hilo -replicó ella-, de tanto torcer el hilo.
Asustado, exclamó el hijo de la Reina:
- Jamás mi linda esposa tocará una rueca.
Y con esto se terminó la pesadilla del hilado

El hada del estanque del molino

Érase una vez un molinero que vivía con su esposa muy felizmente. Ellos tenían su dinero y su tierra, y su prosperidad aumentaba año a año cada vez más. Pero la mala suerte viene como un ladrón por la noche, y así como su riqueza había aumentado antes, de pronto empezó a disminuir año a año, y por fin al molinero le costó llamar al molino en el cual vivía, "mi molino". Él se sentía muy angustiado, y cuando  descansaba después del trabajo de todo el día, no encontraba ningún consuelo, y se movía contínuamente en su cama, con mucha inquietud. Una mañana él se levantó antes del amanecer y salió al aire libre, pensando que quizás allí su corazón podría sentirse más sereno. Cuando pasaba por las orillas del estanque del molino y el primer rayo de sol rompía al frente, oyó un sonido como de olas en el estanque.
Él dio vuelta y percibió a una mujer hermosa, elevándose despacio del agua. Su pelo largo, que ella apartaba de sus hombros con sus manos suaves, le caía a ambos lados, y le cubría todo su blanco cuerpo.
Pronto comprendió que ella era el Hada del estanque del molino, y en su miedo no sabía si debería escaparse o permanecer donde estaba. Pero el hada hizo que su dulce voz fuera oída, y llamándolo por su nombre le preguntó por qué estaba tan triste. Al principio, todo sorprendido se quedó mudo, pero al oirla hablar tan amablemente, él tomó el fuerzas, y le dijo cómo antes él había vivido en la riqueza y felicidad, pero que ahora era tan pobre que ya no sabía que hacer.
-"Estese tranquilo,"-  contestó el hada, -"le haré más rico y más feliz de lo que jamás  alguna vez había sido antes, sólo debe prometerme darme lo que recién ha nacido en su casa."
-"¿Y que podría ser?,"- pensó el molinero, -"¿quizás un cachorrito o un gatito?"- y le prometió lo que ella le pidió.
El hada se sumergió en el agua otra vez, y él se apresuró a regresar a su molino, consolado y con muy buen ánimo. No había alcanzado su casa todavía, cuando la criada salió a su encuentro, gritándole que se alegrara, ya que su esposa había dado a luz a un pequeño varón. El molinero frenó de golpe como si lo hubiera tocado un rayo;  vio muy bien que la astuta hada sabía de lo acontecido y lo había engañado. Cabizbajo, él se acercó al lado de la cama de su esposa y cuándo ella dijo,
-"¿Por qué no te alegras de ver al pequeñito?"-
 él le dijo lo que había sucedido, y qué tipo de promesa le había hecho al hada.
-"¿De que me servirían la riqueza y la prosperidad,"- añadió, -"si debo perder a mi niño?; ¿Pero qué puedo hacer?"-
Incluso los familiares, quiénes habían venido allí para desearles felicidades, no sabían que decir. Mientras tanto la prosperidad regresó de nuevo a la casa del molinero. Todo lo que él emprendía tenía éxito, era como si las cajas y los cofres se llenaran al unísono, y como si el dinero se multiplicara cada noche en los armarios. En muy poco tiempo su riqueza llegó a ser  mayor que lo que había sido alguna vez antes. Pero él no podía alegrarse por ello despreocupadamente, ya que el trato que había hecho con el hada le atormentaba su alma. Siempre que pasaba por la represa del molino, él temía que ella pudiera subir y recordarle su deuda. Él nunca dejó al muchacho ir cerca del estanque.
-"Ten mucho cuidado,"- le decía, -"si por alguna razón pasaras por ahí, no toques el agua, pues una mano emergerá, te agarrará y te sumergirá dentro de las aguas."-
Pero como los años iban pasando y el hada no aparecía, él se fue sintiendo más a gusto.
El muchacho creció y llegó a su juventud y fue puesto como aprendiz de un cazador. Cuando ya había aprendido todo, y se había hecho un cazador excelente, el señor del pueblo lo tomó en su servicio. En el pueblo vivía una doncella hermosa y sincera, quién complació al cazador, y cuando su maestro percibió aquello, él le dio una pequeña casa, y los dos estuvieron casados, vivieron pacíficamente y felizmente, y se amaron el uno al otro con todos sus corazones.

Un día el cazador perseguía un ciervo; y cuando el animal salió del bosque al campo  abierto, lo persiguió y lo alcanzó. Él no notó que estaba ahora en la vecindad peligrosa de la represa del molino, y fue, después de que él había preparado el venado, al agua, a fin de lavar sus manos.
Sin embargo apenas había tocado el agua con sus dedos, cuando el hada ascendió, y sonriente posó sus húmedos brazos alrededor de él y lo sumergió rápidamente dentro del estanque, y las aguas se cerraron de nuevo. Cuando se hizo tarde, y el cazador no volvía a casa, su esposa se alarmó. Ella salió a buscarlo, y como a menudo él le decía que tenía que estar en guardia contra las trampas del hada, y no acercarse a la represa en la vecindad del molino, sospechó lo que podría haber pasado. Ella se apresuró al estanque, y cuando encontró su bolsa de caza en la orilla, ya no podría tener ninguna  duda de la desgracia. Lamentando su pena, y torciendo sus manos, ella llamaba a su amado esposo por su nombre, pero todo fue en vano.
Ella corrió al otro lado del estanque, y lo llamó de nuevo; ella injurió al hada con palabras ásperas, pero ninguna respuesta llegaba. La superficie del agua permaneció tranquila, sólo la media luna estaba fija constantemente atrás. La pobre mujer no dejó el estanque. Con pasos precipitados, ella recorrió una y otra vez todo su alrededor, sin descansar un momento, a veces en silencio, a veces pronunciando un grito fuerte, a veces suavemente sollozando. Por fin sus fuerzas se agotaron y cayó a tierra profundamente dormida. Entonces un sueño tomó posesión de ella: soñaba que subía ansiosamente hacia arriba entre grandes masas de roca; espinas y brezos agarraban sus pies, gotas de lluvia golpeaban en su cara, y el viento sacudía su pelo largo sobre ella.
Cuando ya había alcanzado la cumbre, una vista completamente diferente se le presentó: el cielo era azul, el aire suave, la tierra se inclinaba suavemente hacia abajo, y en un prado verde y alegre, con flores de todos colores, se encontraba una bonita casita de campo. Ella se acercó y abrió la puerta; allí sentada estaba una anciana con el pelo blanco, que la llamó amablemente. En aquel mismo instante, la pobre mujer despertó, el día había alboreado ya, e inmediatamente se resolvió a actuar de acuerdo con su sueño. Laboriosamente subió la montaña; todo era exactamente como lo había visto en su sueño. La anciana la recibió amablemente, y le indicó una silla en la cual ella podría sentarse.

-"Tú debes de haber tenido una desgracia,"- dijo ella, -"puesto que has buscado mi solitaria casita de campo."-
Con grandes lágrimas, la mujer relató lo que le había ocurrido.
-"Confórtate,"- dijo la anciana, -"Yo te ayudaré. Aquí tienes este peine de oro. Quédate hasta que la luna llena haya salido, luego ve a la represa del molino, siéntate  en la orilla, y peina tu largo pelo negro con este peine. Cuando ya lo hayas hecho, ponlo en el suelo, y observa lo que pasará."-
La mujer volvió a casa, pero el tiempo antes de que la luna llena viniera, pasaba despacio. Por fin el disco brillante apareció en el cielo, entonces salió hacia la represa de molino, se sentó y peinó su largo pelo negro con el peine de oro, y cuando hubo  terminado, lo posó en el borde del agua. No pasó mucho rato cuando hubo un movimiento en las profundidades, una ola se elevó  y rodó hasta la orilla, y arrastró el peine hacia las aguas. En no más tiempo que el necesario para el peine hundirse en el  fondo, la superficie del agua se abrió en dos, y la cabeza del cazador emergió. Él no habló, pero miró a su esposa con miradas muy tristes.
De seguido, una segunda ola vino precipitadamente, y cubrió la cabeza del hombre. Todo desapareció y la represa del molino quedó tan pacífica como antes, y solamente la cara de la luna llena brillaba alrededor. Llena de pena, la mujer volvió a su casa, pero otra vez el sueño le mostró la casita de campo de la anciana. A la mañana siguiente ella salió otra vez y se quejó de sus infortunios a la sabia mujer. La anciana le dio una flauta de oro, y le dijo,
-"Quédate antes de que la luna llena salga otra vez, luego toma esta flauta; toca un aire hermoso con ella, y cuando hayas terminado, ponla en la arena; entonces observa lo que pasará."-
La esposa hizo cuanto la anciana le dijo. Apenas quedó la flauta en la arena se oyó un conmovedor ruido en las profundidades, y una ola se precipitó y arrebató la flauta con ella.
Inmediatamente después el agua se separó, y no sólo la cabeza del hombre, sino la mitad de su cuerpo también se levantó sobre el agua. Él estiró sus brazos ansiosamente hacia ella, pero una segunda ola subió, lo cubrió, y lo arrastró hacia abajo otra vez.
-"¡Ay! ¿en qué me ayuda esto a mí?"- dijo la infeliz mujer, -"¡que sólo puedo ver a mi amado para perderlo otra vez!"-
 La desesperación llenó su corazón de nuevo, pero el sueño la condujo una tercera vez a la casa de la anciana. Fue allá, y la mujer sabia le dio una rueca de oro, la consoló y le dijo,
-"Todo no está listo aún, quédate hasta el tiempo de la luna llena, luego toma la rueca, sièntate en la orilla, y haz girar el carrete hasta llenarlo, y cuando lo hayas hecho, coloca la rueca cerca del agua, y observa lo que pasará."-
La mujer obedeció todo que ella dijo exactamente; y tan pronto como la luna llena se mostró, llevó la rueca de oro a la orilla, y trabajó laboriosamente hasta que el lino se consumió totalmente, y el carrete estuvo completamente lleno de hilos. Apenas estuvo la rueca puesta en la orilla, habo un movimiento más violento que antes en las profundidades del estanque, y una fuerte ola se precipitó, llevándose la rueca consigo. Inmediatamente la cabeza y el cuerpo entero del hombre se elevaron en el aire, sobre  un chorro de agua. Él rápidamente saltó a la orilla, agarró a su esposa de la mano y huyó. Pero apenas habían recorrido una distancia muy pequeña, cuando el estanque entero se agitó con un rugido espantoso, y se derramó inundando todo el campo alrededor.
Los fugitivos creyeron ya ver la muerte ante sus ojos, cuando la mujer en su terror imploró la ayuda de la anciana, y en un instante ellos fueron transformados: él en un sapo, ella en una rana. La inundación que los había alcanzado no podía destruirlos, pero esto los separó y los llevó lejos una del otro.
Cuando el agua se había dispersado y ambos tocaron tierra firme otra vez, recobraron su forma humana, pero ninguno sabía donde estaba el otro; ellos se encontraron entre gente extraña, que no sabían de su tierra natal. Altas montañas y  valles profundos se interponían entre ellos. A fin de mantenerse vivos, ambos se sintieron obligados a trabajar cuidando ovejas.
Durante mucho tiempo ellos condujeron sus rebaños por campos y bosques y se sentían llenos de pena y soledad. Cuando la primavera había empezado una vez más en la tierra, ambos salieron un día con sus rebaños, y cuando la casualidad lo permitió, ellos se acercaron el uno al otro. Ellos se encontraron en un valle, pero no se reconocieron entre sí; sin embargo se alegraron de que ya no estaban solos. De aquí en adelante cada uno de ellos condujo sus rebaños al mismo lugar; y aunque no hablaban  mucho, se sentían consolados. Una noche, cuando la luna llena brillaba en el cielo, y las ovejas estaban ya en reposo, el pastor sacó la flauta de su bolsillo, y tocó con ella una melodía hermosa pero triste.
Cuando él había terminado de tocar, vio que la pastora lloraba amargamente.
-"¿Por qué estás llorando?"- le preguntó.
-"Ay,"- contestó ella, -"así brillaba la luna llena cuando toqué esa melodía en la flauta por última vez, y la cabeza de mi amado esposo se elevó sobre las aguas del estanque."-
Él la miró, y pareció como si un velo se cayera de sus ojos, y reconoció entonces a su querida esposa, y cuando ella lo miró, y la luna brilló en su cara ella lo reconoció  también. Ellos se abrazaron y besaron el uno al otro, y no hubo necesidad de preguntar si en adelante fueron muy felices.