Este relato fue recogido en los altos de las Cumbres del Toconqui, de labios de don Hilarión Fuentes, un anciano guanaquero que vivía en el caserío de Chachas, a orillas del salar de Arizaro, casi en la frontera entre el norte de Salta y la república de Chile.
Según cuenta la leyenda, en la cima del cerro Aracar, a más de 6.000 metros de altura, vivía una hermosa mujer blanca, alta y esbelta como una diosa, y cuya larga melena dorada caía hasta más debajo de si cintura, mientras se mecía dulcemente, agitada por los fríos vientos cordilleranos.
No eran pocos los arrieros y los cazadores de vicuñas y guanacos que la habían vislumbrado en lo más ignoto de las quebradas o en los más inaccesible de los picos, pero nunca se supo de alguien que se jactara de haber tenido tratos con ella, o de haber podido acercársele demasiado.
-Sin embargo, todos los que supimos verla –comentó don Hilarión al corro que se había reunido junto al mostrador del almacén para escuchar una vez más su relación- sabemos que era una mujer hermosa, vestida con una túnica blanca, y su cuerpo era transparente, como si hubiera estado hecha de puras nubes.
La mujer andaba siempre acompañada de una pequeña corzuela blanca como la nieve, que la seguía con devoción cuando recorrían los cerros, y a veces la seguía cuando bajaba a las quebradas o se acercaba al río para lavar su rubia cabellera.
-Pero un día de tristeza para el pueblo, porque laseca había acabado con toda el agua de la quebrada –reinició el narrador su historia, luego de una obligada pausa para aceptar un convite-, la mujer, apenada por los lamentos de la gente del pueblo que ascendían desde la quebrada, dejó la corzuela cerca de su choza y echó a andar por las nubes para bajar al valle a ver lo que sucedía.
“Pero el Zupay1 no es bicho de quedarse tranquilo cuando puede hacer maldades –sentenció don Hilarión, meneando tristemente la cabeza-. Y así hizo que un cazador que perseguía vicuñas y guanacos por las laderas del Aracar viera la corzuela, que triscaba cerca de la choza. Gateando entre las peñas, el hombre se arrimó lo más que pudo y, cuando la tuvo a tiro, disparó su fusil, que retumbó con esos malignos entre los cañadones y los laberintos de la cumbre.
El desdichado animal, herido de muerte, corrió ciegamente hacía el borde del risco y se arrojó al vacío, donde murió entre las rocas del fondo. Un silencio de muerte pareció descender desde el cielo atardecido, y cuando la mujer hecha de nubes llegó a su hogar y no vio a su compañera, inmediatamente supo que algo terrible había sucedido; salió a buscarla y, al divisarla en el fondo del cañadón, la tomó en sus brazos y la llevó cuidadosamente hasta la cima más alta del Aracar. Y sólo al llegar allí permitió que las lágrimas fluyeran de sus ojos, y lloró; lloró sin cesar hasta que sus ojos se convirtieron en dos fuentes inagotables, y sus cabellos en otros tantos cauces de ríos y arroyos que no sólo lavaron la sangre, sino que permitieron a la gente del pueblo saciar la sed provocada por la sequía.
Y así fue como nacieron los manantiales, los arroyos y los ríos”.
Región Noroeste o Puna de Atacama.
1.Zupay: Vocablo quechua que identifica al diablo. Si bien la mayoría de las leyendas sobre el Zupay se han originado en la Región Chaco-Santiagueña, su nombre ha sido adoptado también en gran parte de la Puna.
Fuente: Cuentos y leyendas argentinos. Selección y prólogo de Roberto Rosaspini Reynolds.
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